AMLO en la Casa Blanca: el cambio social que va más allá del idioma
La idea de que un segundo idioma es necesario para alcanzar la excelencia como individuo pertenece a un discurso que se remonta a los tiempos de la conquista, cuando se despojó a los nativos de su propiedad cultural para inculcarles la de la “raza superior” y –de esta manera– salvarlos de ir al infierno.
La visita del Presidente López Obrador a los Estados Unidos ha generado un amplio espectro de opiniones y posturas y ha expuesto una serie de problemas ideológicos y sociales que existen como producto de la historia de México. Expresiones indicando vergüenza por el hecho de que Andrés Manuel no habla inglés han invadido las redes sociales, complementadas por términos peyorativos como “naco”, “indio” y “ranchero”. Al utilizarlos, se ignora completamente no sólo el hecho de que estos adjetivos resultan hirientes para grupos enteros de la población mexicana, sino que también agreden la lucha milenaria de estos mismos contra lo que vulnera sus derechos, y se omite que la ausencia de un segundo idioma en el repertorio meritocrático de un individuo, generalmente es un efecto directo de la situación de pobreza, desigualdad y falta de oportunidades que existe en nuestro país. Una vez más, el privilegio de muchos distorsiona la realidad.
Nuestro presidente tiene otras prioridades. López Obrador nunca ha sido un individuo precisamente interesado en complacer las opiniones de los líderes empresariales de la escena internacional, tampoco en agradarle a la prensa de derecha, o de perpetuar el discurso que oprime y anula a los menos privilegiados. Desde los inicios de su carrera como líder político y, me atrevería a decir, desde los inicios de su vida, el presidente tuvo encuentros en primera persona con los problemas crónicos de México, los cuales eran ignorados por el gobierno en turno: la pobreza y desigualdad. Desde entonces, esta dupla y sus afectados han sido su prioridad, mismos que nunca figuraron entre las prioridades de gobiernos anteriores. Andrés Manuel ha puesto la mirada de la agenda pública en aquellos que por décadas han permanecido en las tinieblas: pueblos indígenas, la población del sur del país, adultos mayores, la población en situación de pobreza, niños, estudiantes, entre otros. Por dar algunos ejemplos: a inicios de este sexenio, López Obrador implementó un apoyo a adultos mayores por medio de un subsidio de 126 mil MDP que repartirá la Secretaría de Bienestar. Esto es sumamente importante porque los ancianos, además de los niños, son la población más vulnerable en nuestro país y una de las más ignoradas históricamente. Un logro ocurrido en fechas mucho más recientes es la confirmación del hallazgo y coincidencia de los restos de Christian Alfonso, uno de los 43 normalistas desaparecidos la noche del 26 de septiembre. Un hecho que resulta desgarrador, pero también indica una gran esperanza para las familias de los restantes 42 desaparecidos en su incansable búsqueda por justicia; esto cambia completamente la Verdad Histórica emitida previamente por las autoridades, y comienza a reconocerse como lo que fue, un crimen de Estado. El hecho ocurrido en el sexenio de Peña Nieto había permanecido en el limbo por obvias razones, y a dos años del inicio del gobierno de Andrés Manuel López Obrador se comienza a lograr lo que durante 6 años se exigió –con mucho dolor– por el pueblo mexicano.
Tabasco. Foto: Rebecca Lee
La indignación de ciertos grupos se encuentra en el hecho de que López Obrador haya visitado la Casa Blanca y de que lleve a cabo una gira por la capital acompañado de Trump y parte sus respectivos gabinetes y que –ante todo esto– no hable inglés. Discriminar a quienes no hablan un segundo idioma no sólo es una práctica clasista, también es fuertemente colonialista. No olvidemos que el 41.9% de la población mexicana vive en situación de pobreza, por lo que el acceso a la educación privada (en donde existe la posibilidad de aprender un segundo idioma) es meramente un privilegio de clase. La idea de que un segundo idioma es necesario para alcanzar la excelencia como individuo pertenece a un discurso que se remonta a los tiempos de la conquista, cuando se despojó a los nativos de su propiedad cultural para inculcarles la de la “raza superior” y –de esta manera– salvarlos de ir al infierno. Mientras aquellos que reprueban estas acciones aprendían inglés gracias al privilegio del que gozaban, López Obrador comenzaba su carrera política sumergiéndose en las tierras y preocupaciones de los indígenas Chontales en Tabasco.
Resulta muy sencillo reprobar las acciones y prioridades de un líder cuando estas no se acoplan al engrandecimiento del privilegio del que algunos gozan. Es sumamente cómodo perpetuar un discurso racista, clasista y colonialista con fines económicos u “opositores” cuando el emisor del mismo no es quien sufre a raíz de sus consecuencias. En este sexenio, las prioridades cambiaron y lo hicieron para bien. Podemos tener un presidente que no hable inglés, pero afortunadamente tenemos uno que actúa con perspectiva de clase, en busca de cambio para todos y que lo hace a partir de la realidad de México: un país desigual y hecho no sólo para los ricos. Como ciudadanos mexicanos nos toca hacer introspección y revisión de nuestras prioridades, quitarnos las gafas del privilegio y preguntarnos qué es más importante: un presidente que habla muchos idiomas, pero que roba y se beneficia a partir de la desigualdad, o uno que no se destaque por sus habilidades políglotas, pero que favorece a las minorías.
Hoy camina por la Casa Blanca aquel joven que hace décadas caminó descalzo por los pantanos de Tabasco de la mano de los indígenas Chontales y campesinos de la zona, escuchando sus necesidades y con hambre de cambio.