El día en que el mundo paró
Nos enseñaron a triunfar como individuxs. Ahora que estamos aisladxs del resto de la sociedad y que nos encontramos en un estado que no nos permite saber si la computadora es nuestra ama o esclava, volteamos la vista a la colectividad.
Sobrevivencia: “Conservación de la vida, especialmente cuando es a pesar de una situación difícil o tras de un hecho o un momento de peligro”.- Lexico, Oxford.
El día en que el mundo paró, me encontraba en un estado de negación: no podía creer que algo tan ajeno a mí, que algo que solo conocía por noticias amarillistas y por memes, fuera tan real. Sin embargo, así fue: real como la mirada de mi madre cuando me dijo que hay veces que toca. Soy estudiante de bachillerato y esta es la historia y reflexión de cómo mi mundo paró: las clases se suspendieron, las convocatorias a universidades se pospusieron y las fiestas y graduaciones se cancelaron. Todo se detuvo, no solo para mí: para todo el mundo. Íbamos tan rápido que nadie pudo detenerse a observar lo que venía.
Es interesante y a la vez agobiante pensar en todo lo que está pasando y en cómo nos afecta directamente. Mi generación está acostumbrada a escuchar el sutil arrepentimiento de los mayores que dicen sin ningún apuro que ya corregiremos esto en nuestra época, en el futuro. Estamos tan acostumbradxs a escuchar el murmullo de que el mundo podría acabar en cualquier momento, que no nos molestamos en tener futuro, porque eso no va a existir en nuestras vidas. Cómo olvidar el bien recibido “tú vas a salvar al planeta”. Si vemos hacia el futuro, nos encontramos con uno distópico, lejano del “ sueño americano” o mejor dicho, del sueño privilegiado.
Cuarentena. Foto: Juan Cárdenas.
Somos el producto de una enajenación colectiva. Nacimos en una época individualista en la que es más importante el consumo personal que la construcción de un bien común. Es evidente: nacimos en la época de la abundancia. Creemos que todo será medianamente fácil y que la felicidad depende de nosotrxs mismxs; somos el producto de un neoliberalismo salvaje en el que cada quien se rasca con sus propias uñas y solamente los “más adaptados” alcanzan el progreso. Mientras tanto, “el pobre es pobre porque quiere”. Nos enseñaron a triunfar como individuxs. Ahora que estamos aisladxs del resto de la sociedad y que nos encontramos en un estado que no nos permite saber si la computadora es nuestra ama o esclava, volteamos la vista a la colectividad.
El día en que el mundo paró nadie se detuvo; nadie se tomó el tiempo para pensar en lo que estaba pasando. Inmediatamente fuimos absorbidxs por la histeria colectiva que nos condenó al acto reaccionario de linchar gente en redes sociales; al miedo; a la ignorancia. Muchxs justifican estas conductas hablando de nuestra primitiva necesidad de sobrevivencia, pero no es así. La sobrevivencia consiste en mucho más que proteger a los nuestros: según la universidad de Oxford, la sobrevivencia es la “conservación de la vida, especialmente cuando es a pesar de una situación difícil o tras de un hecho o un momento de peligro”. No nos estamos protegiendo de una enfermedad, nos estamos protegiendo de los demás que son iguales a nosotrxs. Si me lo preguntan, la sobrevivencia va más allá de conservarnos como individuxs, va más lejos que un virus. Si me lo preguntan, la sobrevivencia está en la solidaridad. Mientras que cuidar al otro no sea sinónimo de quedarnos en nuestras casas, no le tengamos miedo a eso que somos, a eso que nos hace. Cuando la sociedad se masifica, puede llegar a perder su humanidad; cuando se le tiene miedo al otro, no estamos viendo a una persona, estamos viendo un virus alienante que nos enajena de todo aquello que podría ser igual a nosotros.
Me niego a pensar que mi generación será recordada por quedarse en casa y por sus memes. Formo parte de la primera generación que se graduará por medio de videollamada masiva, y –con suerte y esperanza– de la generación que se dará cuenta de que el progreso que tanto se busca no es ni vertical ni exponencial: es horizontal.