El uno, la otra y le otre
El lenguaje no solo está vivo, sino que también es el resultado del poder que le damos. Por eso creo que el lenguaje inclusivo es necesario. Implica un esfuerzo de replantear cómo es que pensamos, el por qué, pero también de romper con esas casillas binarias.
El lenguaje y la lengua son el resultado de generaciones, de cambios y cuestionamientos. El lenguaje ha vivido guerras y las ha creado; ha ocasionado revoluciones, inventos, movimientos y protestas, pero también ha fomentado la conformidad y la comodidad. El lenguaje no es un ser, pero está vivo. ¿Nació o lo creamos? Yo creo que los dos. El lenguaje nació por una necesidad, y lo convertimos en lo que quisimos, estableciendo las bases para nuestro entendimiento del pasado, del futuro y del presente. Nunca he creído que para existir uno deba pensar, porque creo que existimos y luego pensamos, y esa existencia se convierte en un pensamiento cuando logramos entenderla.
En la década pasada nació el lenguaje inclusivo conocido como: la sustitución de la letra ‘o’ por la ‘x’ o la ‘e’ en las palabras que se refieren a multitudes o que hacen referencia al género de otras personas. Esto surgió para incluir a las mujeres y a los grupos con identidades no binarias, pero también por la necesidad filosófica de combatir nuestro pensamiento dual. Un ejemplo sería decir ‘todes’ o ‘todxs’ en lugar de ‘todos’, ya que al usar el masculino como genérico, se invalidan otras identidades.
Foto: Delia Giandeini
El lenguaje es nuestra herramienta más grande para conceptualizar el mundo. Es lo que le da comprensión y forma al conocimiento a la experiencia, pero debido a que el conocimiento es poder, el lenguaje se convierte en poder. Poder de expresión como algo integrado en nuestro tejido social; en lo político, pero también en lo binario.
Lo binario significa dual, doble, dos. Este binarismo, del ‘uno’ o del ‘otro’, se expresa en nuestro entendimiento del género, pero también en nuestra comprensión del mundo. El lenguaje crea el concepto del ‘uno’ y del ‘otro’, y los problemas nacen cuando esta dualidad no encapsula todo: la naturaleza de lo binario es tajante, y nada es inherentemente tajante. Este binarismo se entiende como el bien y el mal, el hombre y la mujer, la vida o muerte. Crea una competencia pero también crea una exclusión, y el ‘uno’ y el ‘otro’ se vuelven la norma, todo lo demás se vuelve la excepción, cayendo en grupos minoritarios; categorías minoritarias: en las sexualidades, identidades, culturas, expresiones y vivencias que no son el ni el ‘uno’, ni el ‘otro’. No son blanco o negro, pero tampoco son el gris en el medio. Son naranjas, amarillas o no tienen color.
El lenguaje no solo está vivo, sino que también es el resultado del poder que le damos. Por eso creo que el lenguaje inclusivo es necesario. Implica un esfuerzo de replantear cómo es que pensamos, el por qué , pero también romper con esas casillas binarias. Es incluir a nuestrxs amigxs que no son hombres o mujeres o que son ambxs. Es deconsturir la relación sexo-género, del bien y el mal y la verdad absoluta, pero también del ‘uno’ y del ‘otro’. Es replantearse constructos con los que nos ha alimentado el mundo, basándose en lo biológico, lo religioso y lo político. Repensar nuestra existencia y la manera en la que entendemos el mundo es retar al lenguaje, no solo validando a las comunidades no cisgénero y heterosexuales; sino que también cuestionarnos el origen de esa dualidad. ¿Por qué Dios es hombre? ¿Por qué decimos ‘hombres’ para referirnos a los humanos? ¿Por qué zorra es un insulto y zorro es un animal? ¿Por qué la palabra ‘uno’ y la palabra ‘otro’ son masculinos?
Y para lograr esto, este cuestionamiento e inclusión, sí es necesario un cambio radical. Es fundamental usar el lenguaje inclusivo en lugares sociales, académicos y nuestra vida cotidiana porque así nuestra existencia también se vuelve inclusiva; nuestra manera de pensar y de relacionarnos.
El lenguaje es político, es social y es de todxs.