La soledad y la sensibilidad por medio del arte

El mundo no puede ser adoctrinado de manera universal, no gira en torno a nuestros gustos y tampoco se pelea con ellos. Simplemente es. Debemos ser los actores de nuestra propia obra de teatro, en la que somos creadores y no destructores. El pueblo requiere esa raza, una que se ponga en la piel de otros.

En los años que llevo vividos, he navegado por una diversidad de momentos que me han hecho abrazar mi mente, proporcionando un discurso tan íntimo, que simplemente ya no puede quedarse en mis susurros. Deseo ventilar el beso del arte con un alma joven (perteneciente a “una generación de cristal”); así encontré mi propia manera de confesarme. 

Soy un chico taciturno que hace 5 años no se veía abordando un escenario para que le clavaran la mirada los focos de un teatro, ni usando mallones para entrar a una clase de ballet impartida por una maestra alemana que solamente con la mirada me hace sentir en un letargo eterno. En ese entonces, no tenía conocimiento del uso de mi voz para la seducción de las personas; no imaginaba que estaría maquillándome para enfundarme en la piel de alguien más y –sobre todo– ignoraba que fuera a realizar el desnudo más importante de mi vida: el del alma. 

  La memoria emocional y encontrar una motivación genuina no es una labor fácil de domar, tanto para los jóvenes como para los adultos, pero es una habilidad que debemos adquirir sin excepciones. Para encarnarme en ella, fue necesario pasar por el sentimiento más intimidante para mí: la soledad. Aquel espacio que me permitió conocer a mi verdadero yo, donde cuestioné mi pasado y nadé entre memorias ácidas y dulces; aquella sensación que me invitó a la deconstrucción para convertir mis sentimientos en expresión, en una voz que traspasa cualquier frontera. Durante un tiempo caminé acompañado por el miedo, pues enfrentarse con uno mismo requiere valentía y fuerza. Fue posible. Con el tiempo se me ha recompensado con un rango emocional exquisito y moldeable como el aire, con el privilegio de poder alimentar mi identidad y –en función de mi profesión– los fantasmas de otros. 

Estamos varados en una era en la que las relaciones sociales se han trasladado a dependencias emocionales, a sentimientos de posesión sobre otras personas. Hemos tratado de titularnos en la fama como si fuera un máximo estandarte. Le hemos dado un peso innecesario a opiniones externas, intentando crear una libertad ajena a la de uno y anteponerse a la opinión de otros. Disfrazando un absolutismo que solo se acomoda a nuestro interés. 

Las únicas personas en nuestro dominio somos nosotros hasta el día de nuestro final. Busquemos trascendencia en las acciones e ideas que se queden para siempre, no las efímeras, que vienen y van, de manera reciclada y repetida. 

Soy un joven recién egresado de la carrera de actuación, me gusta definirme como un hombre que se sometió a la belleza de las palabras, al lenguaje del cuerpo y a la mina oscura de las emociones, con una ligera obsesión por James Dean. Sabiendo el valor de mi formación profesional y la construcción personal que he creado sobre mí. 

Invito a mis coetáneos y a cualquier adulto con un kilometraje distinto al mío, a convivir con ustedes mismos por un tiempo. No teman. Respiren hondo y  permitan abrazarse por el silencio que dice todo. Pueden ser semanas, meses, años incluso, cuestionen lo aprendido, estudien el valor de cada idea, vean su cuerpo como un monumento al que el sol entrega el brío de cada madrugada, háganle el amor a su propia mente: dejen que la sensibilidad toque  cada vello corporal. Eso no está ligado a una orientación sexual, esto es un término universal para hombre y mujer, lloren lo que tengan que llorar, no lo frenen. Rían lo que tengan que reír. Experimenten lo que tengan que experimentar. Descubran nuevas tierras bañadas con mares de vivencias. Cordialmente los exhorto a que den voz a sus emociones, a que las recopilen y las dejen ir en la escritura, en el dibujo, en un grito fúrico y sincero. Se dediquen o no al arte, mi intención es que vean que es un medio terapéutico para toda la gente, que entiendan que la soledad otorga resiliencia y fomenta la cosecha de amor propio, y que éstas son armas importantes para las denuncias que habitan en nuestro tiempo. 

Foto: Kyle Head

Foto: Kyle Head

  El mundo no puede ser adoctrinado de manera universal, no gira en torno a nuestros gustos, y tampoco se pelea con ellos. Simplemente es. Debemos ser los actores de nuestra propia obra de teatro, en la que somos creadores y no destructores. El pueblo requiere esa raza, una que se ponga en la piel de otros.

Deconstrúyete y envuelve el arte que habita en tu persona.

Desaprende y aprende. 

Deseo que este mensaje se quede en cada lector, sin importar quién sea. 



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