La juventud utópica

Las cachetadas de la vida son necesarias para encontrar soluciones técnicas; pero sin el idealismo –sin la juventud– los tecnicismos se vuelven innecesarios y fútiles, se pudren en el aire seco y estático porque la perspectiva de futuro es inexistente.

Sacas al azar un papelito de una caja grande marcada con la siguiente inscripción: “Problemas filosóficos”. Lo tomas con la mano y desdoblas los pliegues que alguien había hecho cuidadosamente. Al voltear los ojos hacia la hoja completamente extendida, un sentimiento dudoso se apodera de ti. “El interés revolucionario del ser humano se acaba junto con la juventud”. Te sorprendes y te detienes a reflexionar durante unos momentos. 

Para resolver esta cuestión filosófica primero tenemos que construir una definición precisa de la juventud, y resultaría imposible hacer eso sin cuestionarnos el significado de un  concepto complejo que tiene cierta injerencia sobre la mayoría de los problemas humanos: el de lo idéntico. A lo largo de la historia de la filosofía se han encontrado principalmente dos definiciones del concepto de lo idéntico. Aristóteles planteó la primera: “las cosas son idénticas cuando es una sola su materia, o cuando su sustancia es una”.  Gottfried Leibniz, por otra parte, considera que “idénticas, son dos cosas que pueden sustituirse una por otra salva veritate (sin alterar la verdad)”. Con base en estas definiciones, particularmente en la aristotélica, podríamos decir que la juventud es un grupo que más que compartir un número (la edad), comparte –a grandes rasgos– una identidad. La juventud está hecha de una sola sustancia: el idealismo. Esta sustancia no es para nada simple y se manifiesta de varias maneras: idealismo no es solamente la doctrina que considera al mundo como la encarnación de una idea universal; idealismo –en un contexto juvenil– es la identificación de un individuo con un ideal. El sueño de un joven sobre el futuro lo obliga a conectarse con un ideal: ambicionamos carreras profesionales, circunstancias personales y mejoras universales. Las palabras de Leibniz nos permiten afirmar que por más que cambien los agentes y las generaciones, el idealismo se mantiene; no se altera la verdad. 

Utopía. Foto: Pineapple Supply.

Utopía. Foto: Pineapple Supply.

El problema es que las ideas a las que nos aferramos lamentablemente se destruyen en gran medida mientras el tiempo pasa. La vida pega cachetadas, nosotros aprendemos. El idealismo, por lo tanto, es una utopía. El cineasta argentino Fernando Birri consideraba que la utopía se encuentra en el horizonte, que se aleja con cada paso que damos y que por lo tanto, sirve para caminar. La juventud –en su rol de agente utópico– es la encargada de que caminemos. Los jóvenes rompemos con el conjunto de pautas y creencias que rigen sobre el conocimiento en una época determinada, rompemos con la episteme. Romper con la episteme es equivalente a abrir la ventana de la que Joseph P. Overton habló: con esa reducida serie de temas que la sociedad considera aceptables. Antes del siglo XX, hablar de los derechos de la mujer era impensable; hoy –a pesar de que la violencia de género sigue siendo un problema latente– el feminismo está en boca de todos. Hace apenas treinta años, el cambio climático era un tema lejano para la mayoría de la sociedad; hoy, un movimiento juvenil encabezado por la adolescente sueca Greta Thunberg ha llegado al pleno de la Organización de las Naciones Unidas. En veinte años más, hablar de un fenómeno como la automatización del trabajo será normal. De esta manera, cada juventud avanza un paso hacia el horizonte utópico. Las cachetadas de la vida son necesarias para encontrar soluciones técnicas; pero sin el idealismo –sin la juventud– los tecnicismos se vuelven innecesarios y fútiles, se pudren en el aire seco y estático porque la perspectiva de futuro es inexistente. ¿Recuerdas lo que decía el papelito? “El interés revolucionario del ser humano se acaba junto con la juventud”.

Cada generación aporta algo al discurso y cada una de esas ideas contribuye al progreso histórico del que hemos sido testigos; la historia produce generaciones, y éstas a su vez producen historia. El principal problema al que nos enfrentamos a partir de este discurso es el futuro. ¿Podemos explicar lo que sucederá con base en lo sucedido? Considero que es fundamental cuestionarnos el poder que tiene la historia sobre lo que construimos. Durante los últimos años, la humanidad ha atestiguado fenómenos impensables: lo que antes duraba 10 años, ahora se evapora en 10 segundos; las modas pasan rápido; las generaciones viven experiencias inmediatas y virales. Es por esto que hoy más que nunca se reafirma el propósito de la juventud: el paso que tenemos que dar hacia la utopía es gigantesco; tenemos que luchar contra la crisis climática con 3 mil millones de seres humanos más; se tiene que generar una cantidad de empleos nunca antes vista mientras la inteligencia artificial se apodera de los existentes. Necesitamos buscar soluciones ahora, porque la chispa del progreso se perderá en la medida en la que envejeceremos. La juventud es la mano más cercana a la ventana de Overton y por lo tanto puede romperla.

Lucas Anaya Vázquez | Editor

¡Hola! Tengo 17 años y soy (junto con Marianne Milner) editor de esta revista. Me encantan el Boing de guayaba, la literatura y la música. En el futuro quiero estudiar Ciencias Políticas (o algo por el estilo).

https://twitter.com/LucasAnayaV
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