Cuando me preguntan
Tanta muerte, tanta sangre que pinta las calles de todo el mundo de color carmín y las impregna de su nauseabundo y característico olor a óxido.
Una energía no estudiada aún corre dentro de las venas de nuestra moribunda sociedad con la promesa de salvarla. Somos conscientes ahora de que hay un profundo resentimiento al pasado y por ende una fuerte lesión en nuestro futuro. Como sociedad tenemos heridas que no han cicatrizado y estas nos están impidiendo progresar.
Cuando me preguntan qué es lo que veo, ya sea en estos meses o tal vez en lo que llevo de vida, no hace falta darle demasiadas vueltas para que una serie de imágenes inunden mi cabeza; veo manos que aún temblando con miedo son levantadas hechas puños al cielo, veo mujeres que aún con el terror dentro de los ojos salen a las calles a exigir sus derechos. Veo niños que de raza no entienden nada. Veo tonos de piel y miles de matices entre ellos, veo géneros y etiquetas, veo críticas constructivas y otras tantas completamente vacías; veo la palabra humano, pero sigo sin poder entender su significado. Intenté buscar la palabra humanidad, pero me han dicho que nadie la encuentra. El diccionario que nos dieron está ya caduco, ¿Quién decide qué significa qué? ¿Quién decide quién vale más que quién? ¿Quién fue el responsable de todos los estereotipos en los que los asesinos se basan a la hora de jalar el gatillo? ¿Por qué nos rehusamos tanto a aceptar un inminente cambio?
Hay tanta violencia, tanta ira; nos empapamos en un dolor colectivo provocado por las bases de un sistema que nosotros mismos hemos construido e incluso alimentado. ¿Qué pasaría si como sociedad nos apoyáramos y peleáramos por lo que es justo? Debemos darnos cuenta que nosotros somos el problema y la solución, la enfermedad y la cura, tenemos el poder de envenenar y pudrir, pero también de cambiar y renacer. Así, todo a la vez.
Veo un cambio que se avecina como tormenta, veo personas hartas de ser ignoradas, personas listas para honrar a sus víctimas; veo las llagas que se forman en las manos y también escucho sus gritos que se quedan resonando como interminables ecos. Es aquí cuando debemos preguntarnos, incluso con miedo a la respuesta: ¿Por qué? ¿Por qué atacar a tu hermano en vez de apoyar su causa?
Foto: Nadine Shaabana
¿Por qué elegir romper y profanar lo que nos queda, ese recuerdo, ese grito ahogado en la garganta? ¿Por qué no honrar y marchar con la cara bien descubierta por una memoria que hemos convertido en sagrada?
¿Por qué impedirnos la búsqueda de respuestas a nuestras dolorosas preguntas?
Tanta muerte, tanta sangre que pinta las calles de todo el mundo de color carmín y las impregna de su nauseabundo y característico olor a óxido.
Nuestros pulmones irritados piden a gritos una bocanada de oxígeno con sabor a justicia y con ojos llorosos afrontamos la posibilidad de que tal vez nunca lo consigan.
Ahora es el momento en el que debemos prometer nunca olvidar. Nuestra memoria colectiva tendrá que escribir y recordar estos días, pues más que nunca debemos de vernos unos a otros como personas e individuos; reconocer los problemas del otro y convertir la preocupación de unos en la de todos. Tomemos como propósito el nunca olvidar cada lucha y cada persona partícipe, pues gracias a ellas estamos aquí. Gracias a ellas seguimos progresando como humanidad. Es una época de cambio en la que todos podemos ser partícipes, para bien o para mal. Elijamos con cuidado.